RESUMEN.
Hazel vive ya muchos años con cáncer de pulmones y no pueden hacer nada para evitarlo.
Vive con unos tubos (a los que llama Phileas) siempre metidos en la nariz, pero como ella dice “No muere por cáncer, vive con cáncer”.
La vida de Hazel no es como la de un adolescente normal: no hace amigos, se pasa los días leyendo el mismo libro: Un dolor imperial, que trata sobre una chica que tiene leucemia y muere; justo allí termina el libro: en medio de una frase de Anna.
Un día en el grupo de apoyo (al que Hazel acude solo porque su madre insiste en ello) aparece un chico nuevo llamado Augustus que también tuvo cáncer y se quedó sin una pierna. Hazel y Augustus se van acercando poco a poco y dentro de un tiempo Augustus le propone viajar a Amsterdam a visitar al autor del libro favorito de Hazel para saber qué pasa con los demás personas después de la muerte de Anna; y van, pero resulta que el autor se ha convertido en un borracho. Más tarde, se enteran que el cáncer de Augustus no se ha ido y lo está matando hasta tal punto que Augustus muere, pero no sin dejar algo a Hazel...
CRÍTICA.
John Green ha hecho un gran trabajo escribiendo este libro. Te hace pensar realmente en la vida de otras personas que no están tan sanas como tu. Te das cuenta de que la vida es mucho más importante de lo que muchos creen. Es un libro precioso, sin duda. Hay una página en Internet que habla sobre el autor y su libros: http://johngreenbooks.com/
Nota: 10.PREGUNTAS:
- ¿Qué otros amigos tenía Hazel?
- ¿Qué hacía Augustus con el tabaco?
- ¿Cómo consiguió Hazel comunicarse con el autor de Un dolor imperial?
- ¿Qué quería saber Hazel sobre el libro?
- ¿Qué gritó una turista cuando Hazel y Augustus estaban cenando en Amsterdam?
FRAGMENTO.
Cogí el portátil de debajo de la cama, lo encendí y entré en su muro, donde habían empezado ya a aparecer las condolencias. La más reciente decía:
Te quiero, amigo. Nos vemos en la otra orilla.
La había escrito alguien de quien nunca había oído hablar. En realidad, todas las entradas del muro, que llegaban tan seguidas que apenas tenía tiempo de leerlas, las escribía gente a la que no conocía y de la que Gus nunca me había hablado, personas que ensalzaban sus virtudes ahora que había muerto, aunque sabía a ciencia cierta que no lo había visto desde hacía meses y que no había hecho el menor esfuerzo por ir a visitarlo. Me preguntaba si mi muro sería así si me moría, o si había estado fuera de la escuela y de la vida el tiempo suficiente para liberarme de las conmemoraciones generales.
Seguí leyendo.
Ya te echo de menos, amigos. Te quiero, Augustus. Dios te bendiga y te tenga en su gloria. Vivirás para siempre en nuestro corazón, grandullón.
(Esta última me cabreó especialmente, porque implicaba que lo que queda atrás es inmortal: vivirás para siempre en mi recuerdo porque yo viviré para siempre. AHORA SOY TU DIOS, CHICO MUERTO. ME PERTENECES. Pero pensar que no vas a morirte es otro efecto colateral de estar muriéndose.)’
Página 238, 239.
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